Le proponía días atrás a la Academia española del cine la creación de un nuevo goya para premiar, como hace el cine francés, la película más taquillera del año. Un pequeño sacrificio para condescender un poco con los gustos del populacho.
Mas, he aquí que la Academia francesa ha considerado este año que una cosa es condescender con el populacho y otra diferente someterse a sus gustos. En consecuencia, ese César del público ya no se le otorga a la película que haya vendido más entradas sino a aquella que los divinos académicos escojan entre las cinco más taquilleras. El poder de decisión ha vuelto de nuevo a la elite ilustrada. Qué alivio!
Debido a tal cambio, este año no ha recibido el César la película más vista, Qu'est-ce qu'on a encore fait au Bon Dieu ?, segunda parte de la también exitosa Qu’est-ce qu’on a fait au Bon Dieu ?, sino Les misérables. Ya lo dice el refrán: bueno es tener amigos hasta en la Academia.
Con todo, hay que reconocer el mérito de la academia francesa al concederle a Roman Polanski el César al mejor director por J’accuse, a pesar del aullar de las jaurías neo maccarthystas.
A estas alturas hay todavía quien no sabe distinguir entre el pintor y el cuadro.
El pintor está sometido a un código penal por el que, según sus acciones, podría terminar en la cárcel. El cuadro está sometido a un código estético por el que puede terminar en un museo, si es bueno, en algún libro de arte, si simplemente es destacable, o en los trasteros del olvido si carece de valor artístico. Pero ni los buenos cuadros de los pintores malvados tienen por qué ir al trastero ni los cuadros malos de los pintores bendecidos por los bienpensantes deben llegar a un museo.
De todo modos, habrá que acostumbrarse porque vamos a tener maccarthysmo para rato.
(Fotograma de J'accuse, con Jean Dujardin)
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